Las respuestas que busca y necesita el hombre moderno no son las expresadas con limpias fórmulas verbales o en un sistema construido lógicamente. En su propio ser existe una profunda desconfianza de la lógica y del sistema. Su necesidad y su esperanza residen en un mundo de paradojas, al que no puede llegar la lógica estricta, ya que se trata del reino de lo personal y lo único. El significado mismo de la identidad personal se pierde si suponemos que se conforma según los precedentes y el tipo general. La cuestión de la identidad y del significado en nuestra vida personal nunca puede ser adecuadamente respondida por la lógica, sino sólo por la vida misma. No obstante, vivimos en un mundo donde las palabras, las formulas, las respuestas oficiales y un sistema aparentemente lógico pueden fingir que deciden todo por nosotros y por anticipado. Si el hombre moderno, en busca de su verdadero ser, en busca de la atmósfera existencial de una exploración que no ha sido determinada de antemano, viene a la vida monástica y descubre que todas sus preguntas están respondidas de antemano, que todas sus decisiones son tomadas en su nombre, que todos sus movimientos deben encajar dentro de una rígida necesidad lógica de negro y blanco, correcto e incorrectos absolutos, quizás intente seriamente aceptar las respuestas y quizá durante unos cuantos años parezca lograrlo. Pero al final se sentirá tan frustrado en el monasterio como en el mundo. No podrá encontrarse porque no podrá buscarse”.
“Decidir todo de antemano y decir exactamente qué forma precisa tomará el desafío de la gracia, equivale a despojar de su significado a la gracia y reducir el Evangelio de amor a un sistema de
seguridad legal”.
Thomas Merton.
“Acción y contemplación”, 21-23.